Es curioso. Tengo ya casi veinte años. Y sigo siendo tan niña como cuando tenía quince.
¿Te acuerdas?

había brujas malas. Era el cuento perfecto. Cada noche yo me iba allí. Te juro que así era. Cada noche yo me subía en las nubes y partía hacia allí. En cierta ocasión alguien me dijo: ¿por qué no existe un mundo de los sueños? A lo que yo contesté: yo tengo uno. Se rió de mí. Pero yo tenía un mundo en el que volar cada noche y ella no. Y ese mundo me ayudó a superar todos los problemas. Sólo tenía que cerrar los ojos. Y cientos de hadas y duendes me llevaban hasta allí. Y no existía nada más. En la cumbre se alzaba un castillo. Se llamaba Nion. Que en algún idioma mágico significa cielo. Y era como estar en el cielo. Todas las noches dos personas se amaban allí. Yo los veía desde mi pequeña nube azul. A veces cada uno andaba por una parte solo. Pero por la noche. ¡Qué bello era observarlos por la noche! No faltaban ni una. Se dormían en un sillón, siempre con una flor entre las manos. Y una bella música los acompañaba. Muchas veces llovía. Y era hermoso verlos abrazados, refugíandose de la lluvia. Y cuando se marchaban... Hasta yo lloraba. Pero sabía que eran felices al recordar sus manos juntas y el brillo de su mirada.
El caso es que su historia era tan real. Irónico que una historia sea real en un mundo imaginario. Pero aquí hay mucha verdad en un mundo lleno de mentiras. El caso es que esa historia me recordaba a mí. El caso es que no sé si era yo. El caso es que mi nombre no encaja en tu porvenir.
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